El Precio de la Perfección
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El Precio de la Perfección
Os aseguro que por pereza e estado a un poquito de no ponerlo XD. Todavía no domino los links.
Si quieres comentar, por aquí ^^
TITULO: El precio de la perfección.
AUTOR: Obvio XD, yo.
GÉNERO: Mini historia de ficción.
SINOPSIS: Akima es sencillamente perfecta, pero en un mundo donde la perfección es una cualidad indispensable para poder formar parte de ella.
Eso, para su desgracia, no la hace feliz, y le hace tomar una decisión que no olvidará.
LONGITUD: 7 hojas a word, pero tiene segunda aprte.
AMBIENTACIÓN: El futuro
CÓMO SURGIÓ LA IDEA: Son mis deberes ^^"
Si quieres comentar, por aquí ^^
TITULO: El precio de la perfección.
AUTOR: Obvio XD, yo.
GÉNERO: Mini historia de ficción.
SINOPSIS: Akima es sencillamente perfecta, pero en un mundo donde la perfección es una cualidad indispensable para poder formar parte de ella.
Eso, para su desgracia, no la hace feliz, y le hace tomar una decisión que no olvidará.
LONGITUD: 7 hojas a word, pero tiene segunda aprte.
AMBIENTACIÓN: El futuro
CÓMO SURGIÓ LA IDEA: Son mis deberes ^^"
Pícara- Cuentacuentos
- Mensajes : 20
Fecha de inscripción : 16/11/2008
Re: El Precio de la Perfección
EL PRECIO DE LA PERFECCION
Akima mojó en su taza del desayuno la misma galleta por quinta vez. En la leche flotaban trocitos de galleta deshecha, la galleta que sabía que no iba a comerse.
Esa mañana no tenía apetito. Estaba desganada y nerviosa, muy nerviosa. Era lunes 25 de Mayo del 2156, día oficial de la Pruebas Reglamentarias del Instituto Greenland. Pruebas físicas, intelectuales y estéticas en las que, inevitablemente, ella tendría que participar.
Había tenido que levantarse muy temprano para prepararse. La noche anterior había dejado ya listo su uniforme verde botella colgado de una percha en el salón para que no se arrugara. Sin embargo, aún había tardado dos horas en hacerse los dos dichosos moños trenzados que tenía que llevar por estética. Tenía que llevarlos. Después de todo, ella estaba hecha para que le quedaran bien. Así lo habían decidido sus padres.
Y en ese momento, en la cocina, se debatía con su tazón de leche sin saber muy bien qué hacer. No podía librarse de la leche tirándola por la fregadera. Sus padres habían instalado un dispositivo de ADN precisamente para que no lo hiciera. Ahora, para poder usar el grifo de la cocina, necesitaba la autorización de alguien más de su familia. Normalmente era su hermana Megan la que le cedía su autorización, pero hoy era su día de descanso y se encontraba aún durmiendo en su confortable colchón de plumas. Lo que daría Akima por encontrarse en esos momentos como su hermana.
La joven sacó la galleta, o lo que quedaba de ella, del vaso y aguantó la respiración mientras engullía la leche tratando de no saborearla. A continuación, dejó el vaso en el lavavajillas y salió de la cocina mientras se iba alisando las arrugas de la falda. Después, XJ-23, su robot doméstico, se encargaría de recoger los restos de su desayuno.
Los tacones de sus botines negros resonaron por el solitario pasillo de su casa. En el vestíbulo cogió su mochila, que prudentemente había colgado de la manilla esa misma mañana. En el espejo de pie de la entrada terminó de colocarse bien los cuellos de la casaca y observo el conjunto final.
Una hermosa chica de 16 años le devolvía una seria mirada. Sí, ella, Akima Redfile. Era muy guapa. Sus padres la habían elegido así. Nariz recta, pelo castaño y liso, grandes ojos verdes y sutilmente rasgados, como si fuera de ascendencia oriental, labios finos y rosados y piel ligeramente blanquecina. Su cuerpo estaba proporcionado y tenía los conocimientos necesarios como para hacer gala de todos sus encantos. Era, sencillamente, perfecta.
La joven sonrió nerviosamente y presionó el lector de huellas que abría la puerta. En la pantalla que había en el centro de esta, apareció su nombre y, de seguido, un mensaje en letras parpadeantes
“Buena suerte, cielo”.
La tensa sonrisa de Akima se suavizo.
“Gracias mamá” pensó agradecida.
Y, sin demorarse más, echó un último vistazo fugaz a su reflejo y cruzó el umbral. La puerta se cerró tras de sí como movida por una mano invisible. Esa era la consecuencia de tener una casa inteligente.
El instituto Greenland no era más que otro colegio. Nada le diferenciaba de ningún otro, con sus alumnos uniformados, sus normas estrictas, sus clases, excepto, tal vez, la dureza de sus Pruebas Reglamentarias y el estricto seguimiento de los Tres Valores: Conocimiento, Belleza y Equilibrio.
Sin embargo, los alumnos se enfrentaban a esas pruebas con decisión, sabiendo que con eso decidirían su futuro, sabiendo que completando las pruebas, accederían a formar parte de la cadena social como un eslabón más. Una cadena que no podía romperse. Por eso, era necesario pasar esas pruebas, porque estaban hechos para no defraudar.
Para subir alto, para alcanzar la cumbre, para cumplir con las expectativas que se tenía de ellos.
Akima mojó en su taza del desayuno la misma galleta por quinta vez. En la leche flotaban trocitos de galleta deshecha, la galleta que sabía que no iba a comerse.
Esa mañana no tenía apetito. Estaba desganada y nerviosa, muy nerviosa. Era lunes 25 de Mayo del 2156, día oficial de la Pruebas Reglamentarias del Instituto Greenland. Pruebas físicas, intelectuales y estéticas en las que, inevitablemente, ella tendría que participar.
Había tenido que levantarse muy temprano para prepararse. La noche anterior había dejado ya listo su uniforme verde botella colgado de una percha en el salón para que no se arrugara. Sin embargo, aún había tardado dos horas en hacerse los dos dichosos moños trenzados que tenía que llevar por estética. Tenía que llevarlos. Después de todo, ella estaba hecha para que le quedaran bien. Así lo habían decidido sus padres.
Y en ese momento, en la cocina, se debatía con su tazón de leche sin saber muy bien qué hacer. No podía librarse de la leche tirándola por la fregadera. Sus padres habían instalado un dispositivo de ADN precisamente para que no lo hiciera. Ahora, para poder usar el grifo de la cocina, necesitaba la autorización de alguien más de su familia. Normalmente era su hermana Megan la que le cedía su autorización, pero hoy era su día de descanso y se encontraba aún durmiendo en su confortable colchón de plumas. Lo que daría Akima por encontrarse en esos momentos como su hermana.
La joven sacó la galleta, o lo que quedaba de ella, del vaso y aguantó la respiración mientras engullía la leche tratando de no saborearla. A continuación, dejó el vaso en el lavavajillas y salió de la cocina mientras se iba alisando las arrugas de la falda. Después, XJ-23, su robot doméstico, se encargaría de recoger los restos de su desayuno.
Los tacones de sus botines negros resonaron por el solitario pasillo de su casa. En el vestíbulo cogió su mochila, que prudentemente había colgado de la manilla esa misma mañana. En el espejo de pie de la entrada terminó de colocarse bien los cuellos de la casaca y observo el conjunto final.
Una hermosa chica de 16 años le devolvía una seria mirada. Sí, ella, Akima Redfile. Era muy guapa. Sus padres la habían elegido así. Nariz recta, pelo castaño y liso, grandes ojos verdes y sutilmente rasgados, como si fuera de ascendencia oriental, labios finos y rosados y piel ligeramente blanquecina. Su cuerpo estaba proporcionado y tenía los conocimientos necesarios como para hacer gala de todos sus encantos. Era, sencillamente, perfecta.
La joven sonrió nerviosamente y presionó el lector de huellas que abría la puerta. En la pantalla que había en el centro de esta, apareció su nombre y, de seguido, un mensaje en letras parpadeantes
“Buena suerte, cielo”.
La tensa sonrisa de Akima se suavizo.
“Gracias mamá” pensó agradecida.
Y, sin demorarse más, echó un último vistazo fugaz a su reflejo y cruzó el umbral. La puerta se cerró tras de sí como movida por una mano invisible. Esa era la consecuencia de tener una casa inteligente.
El instituto Greenland no era más que otro colegio. Nada le diferenciaba de ningún otro, con sus alumnos uniformados, sus normas estrictas, sus clases, excepto, tal vez, la dureza de sus Pruebas Reglamentarias y el estricto seguimiento de los Tres Valores: Conocimiento, Belleza y Equilibrio.
Sin embargo, los alumnos se enfrentaban a esas pruebas con decisión, sabiendo que con eso decidirían su futuro, sabiendo que completando las pruebas, accederían a formar parte de la cadena social como un eslabón más. Una cadena que no podía romperse. Por eso, era necesario pasar esas pruebas, porque estaban hechos para no defraudar.
Para subir alto, para alcanzar la cumbre, para cumplir con las expectativas que se tenía de ellos.
Pícara- Cuentacuentos
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Fecha de inscripción : 16/11/2008
Re: El Precio de la Perfección
Akima llegó muy pronto aquella mañana. Sin embargo, le sorprendió la cantidad de alumnado que pululaba ya por el patio y las zonas ajardinadas. Todos con su traje verde botella. Todos con la perfección dibujada en el rostro. Todos deseando probarse a sí mismos. Todos queriendo demostrar qué eran capaces de hacer. Todos... menos ella.
La joven sentía que su interior se iba llenando de impotencia mientras atravesaba el jardín delantero hasta llegar a la enorme fuente central, donde había quedado con su mejor amiga, Naera. Se sorprendió gratamente cuando, entre la clónica multitud, descubrió a una muchacha de brillantes cabellos negros e impactantes ojos azules sentada en el borde de la fuente retocándose el complicado recogido que llevaba. Tan ensimismada estaba en su delicada labor, que no se percató de que Akima se había acercado a ella hasta que la tuvo sentada justo a su lado.
- Hola Naera – murmuró Akima casi en su oído.
La joven dio un respingo y se llevó la mano al pecho.
- ¡Akima! – exclamó sorprendida – No te he oído llegar...
Akima sonrió enseñando sus perfectos dientes blancos.
- No me extraña, para mantener bien hecho ese recogido hace falta ser ingeniero ¿Quién te lo hizo? No creo que tú sola hayas podido con él – comentó Akima al admirar la elegancia con que estaban hechos los cruces de pelo.
Naera le devolvió la sonrisa satisfecha de sí misma.
- Vale lo confieso, me ayudaron, ¡pero yo soy la que lo está manteniendo vivo! ¿Sabes lo difícil que puede resultar sentarse guardando de no apoyar la cabeza? Solo voy a respirar tranquila cuando hayamos pasado las dichosas pruebas de aspecto.
- Estar guapa es lo que tiene – añadió Akima encogiéndose de hombros.
Naera no pudo replicarle eso. Era una de las primeras lecciones que se enseñaban.
Ambas se levantaron del borde de la magnífica fuente y comenzaron a pasear por los jardines frontales.
- Por cierto, te llevo esperando durante bastante tiempo...
- ¡Eh! Esta vez has sido tú la que ha llegado pronto, yo no tuve nada que ver. Normalmente quedamos a y media y aún son menos diez.
- Bueno sí – admitió la joven cerrando el espejo de bolsillo que aún tenía en la mano -, pero es que hoy no es un día normal. Hoy nos jugamos nuestro pase al futuro, el poder cumplir con lo que esperan de nosotros...
- Sí, expectativas...
Akima no dio muestra de tristeza en la voz cuando contestó. No obstante, su rostro se ensombreció. Por suerte, Naera estaba demasiado ocupada guardando el espejo en la mochila como para darse cuenta del radical cambio de humor de su amiga. Tampoco tuvo mucho tiempo de hacerlo, pues, justo en el momento en que miró hacia delante, como de la nada, un muchacho pelirrojo montado en un monopatín aéreo irrumpió en el corrillo con gran efusividad y entusiasmo.
- ¡Hola! No pensaba encontraros por aquí tan pronto – exclamó contento mientras, hábilmente, bajaba del monopatín y hacía que éste saltara a su mano.
- Ethan, hola. ¿Qué tal? No se te ve muy nervioso – saludó Naera contagiada por la alegría de su compañero.
Ethan era el último miembro del grupo, la pieza que faltaba para completar el rompecabezas. Los tres eran inseparables y se conocían desde pequeños. Sin embargo, Ethan era muy distinto de las dos muchachas, era la excepción que confirmaba la regla.
Por que él no estaba hecho, sino que le habían dejado ser.
Sus padres decidieron que no elegirían su aspecto físico, que le querrían fuera como fuera. Aún así, se vieron forzados a hacerle los cambios genéticos obligatorios, fuerza, agilidad, rectitud, resistencia, velocidad y habilidad. Por lo demás, Ethan era tal y como le había tocado ser, aunque no por ello era menos atractivo que los demás, ni más torpe. Simplemente era él. Desde su rebelde pelo rojo hasta sus expresivos ojos grises que ambas chicas eran capaces de leer como libros abiertos.
Akima hubiera dado la vida por haber tenido semejante oportunidad. Y más ahora, en esos precisos momentos en los que se sentía como un títere de guiñol movido por la sociedad. Una sociedad que no permitía errores.
El chico guardó el monopatín en la mochila que colgaba de su hombro. Como era demasiado grande, la parte delantera asomaba y no podía cerrarla por completo. No pareció importarle y enseguida se irguió para entablar conversación con las dos chicas. Se colocó en medio de ambas y empezó a hablar ufanamente con Naera de lo que podía ocurrir durante la Gran Carrera que tendrían que superar en breves. Sabían que habría obstáculos, pero no tenían nada fijado de antemano. Sólo los entrenamientos que habían tenido que hacer en el colegio días anteriores les daban una ligera idea, y no habían sido precisamente sencillos y llevaderos.
Los tres continuaron andando para mezclarse con el bosque de uniformes verdes. Naera y Ethan charlaban animados, Akima, por el contrario, no decía palabra. Estaba absorta en el cauce de sus pensamientos. Sin embargo, cuando los muchachos abordaron el tema de quién sería el mejor de cuarto curso, ambos se volvieron hacia ella, la estudiante más prometedora de todo el Instituto Greenland, Akima Redfile.
Fue entonces cuando Ethan se fijó en que los ojos de la joven carecían de su brillo característico y que parecían ausentes, perdidos en un lugar donde ninguno de ellos dos podía llegar.
La joven sentía que su interior se iba llenando de impotencia mientras atravesaba el jardín delantero hasta llegar a la enorme fuente central, donde había quedado con su mejor amiga, Naera. Se sorprendió gratamente cuando, entre la clónica multitud, descubrió a una muchacha de brillantes cabellos negros e impactantes ojos azules sentada en el borde de la fuente retocándose el complicado recogido que llevaba. Tan ensimismada estaba en su delicada labor, que no se percató de que Akima se había acercado a ella hasta que la tuvo sentada justo a su lado.
- Hola Naera – murmuró Akima casi en su oído.
La joven dio un respingo y se llevó la mano al pecho.
- ¡Akima! – exclamó sorprendida – No te he oído llegar...
Akima sonrió enseñando sus perfectos dientes blancos.
- No me extraña, para mantener bien hecho ese recogido hace falta ser ingeniero ¿Quién te lo hizo? No creo que tú sola hayas podido con él – comentó Akima al admirar la elegancia con que estaban hechos los cruces de pelo.
Naera le devolvió la sonrisa satisfecha de sí misma.
- Vale lo confieso, me ayudaron, ¡pero yo soy la que lo está manteniendo vivo! ¿Sabes lo difícil que puede resultar sentarse guardando de no apoyar la cabeza? Solo voy a respirar tranquila cuando hayamos pasado las dichosas pruebas de aspecto.
- Estar guapa es lo que tiene – añadió Akima encogiéndose de hombros.
Naera no pudo replicarle eso. Era una de las primeras lecciones que se enseñaban.
Ambas se levantaron del borde de la magnífica fuente y comenzaron a pasear por los jardines frontales.
- Por cierto, te llevo esperando durante bastante tiempo...
- ¡Eh! Esta vez has sido tú la que ha llegado pronto, yo no tuve nada que ver. Normalmente quedamos a y media y aún son menos diez.
- Bueno sí – admitió la joven cerrando el espejo de bolsillo que aún tenía en la mano -, pero es que hoy no es un día normal. Hoy nos jugamos nuestro pase al futuro, el poder cumplir con lo que esperan de nosotros...
- Sí, expectativas...
Akima no dio muestra de tristeza en la voz cuando contestó. No obstante, su rostro se ensombreció. Por suerte, Naera estaba demasiado ocupada guardando el espejo en la mochila como para darse cuenta del radical cambio de humor de su amiga. Tampoco tuvo mucho tiempo de hacerlo, pues, justo en el momento en que miró hacia delante, como de la nada, un muchacho pelirrojo montado en un monopatín aéreo irrumpió en el corrillo con gran efusividad y entusiasmo.
- ¡Hola! No pensaba encontraros por aquí tan pronto – exclamó contento mientras, hábilmente, bajaba del monopatín y hacía que éste saltara a su mano.
- Ethan, hola. ¿Qué tal? No se te ve muy nervioso – saludó Naera contagiada por la alegría de su compañero.
Ethan era el último miembro del grupo, la pieza que faltaba para completar el rompecabezas. Los tres eran inseparables y se conocían desde pequeños. Sin embargo, Ethan era muy distinto de las dos muchachas, era la excepción que confirmaba la regla.
Por que él no estaba hecho, sino que le habían dejado ser.
Sus padres decidieron que no elegirían su aspecto físico, que le querrían fuera como fuera. Aún así, se vieron forzados a hacerle los cambios genéticos obligatorios, fuerza, agilidad, rectitud, resistencia, velocidad y habilidad. Por lo demás, Ethan era tal y como le había tocado ser, aunque no por ello era menos atractivo que los demás, ni más torpe. Simplemente era él. Desde su rebelde pelo rojo hasta sus expresivos ojos grises que ambas chicas eran capaces de leer como libros abiertos.
Akima hubiera dado la vida por haber tenido semejante oportunidad. Y más ahora, en esos precisos momentos en los que se sentía como un títere de guiñol movido por la sociedad. Una sociedad que no permitía errores.
El chico guardó el monopatín en la mochila que colgaba de su hombro. Como era demasiado grande, la parte delantera asomaba y no podía cerrarla por completo. No pareció importarle y enseguida se irguió para entablar conversación con las dos chicas. Se colocó en medio de ambas y empezó a hablar ufanamente con Naera de lo que podía ocurrir durante la Gran Carrera que tendrían que superar en breves. Sabían que habría obstáculos, pero no tenían nada fijado de antemano. Sólo los entrenamientos que habían tenido que hacer en el colegio días anteriores les daban una ligera idea, y no habían sido precisamente sencillos y llevaderos.
Los tres continuaron andando para mezclarse con el bosque de uniformes verdes. Naera y Ethan charlaban animados, Akima, por el contrario, no decía palabra. Estaba absorta en el cauce de sus pensamientos. Sin embargo, cuando los muchachos abordaron el tema de quién sería el mejor de cuarto curso, ambos se volvieron hacia ella, la estudiante más prometedora de todo el Instituto Greenland, Akima Redfile.
Fue entonces cuando Ethan se fijó en que los ojos de la joven carecían de su brillo característico y que parecían ausentes, perdidos en un lugar donde ninguno de ellos dos podía llegar.
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